«Hoy día el diamante es una de las monedas alternativas a cualquier papel de Estado. Es una Joya que no pierde precio, que no se devalúa, un valor seguro, una inversión garantizada, y un seguro de vida: los diamantes, como indican los anuncios publicitarios, son para siempre, y lo son desde hace millones de años.
Como el petróleo y el sol, los diamantes, son, en definitiva, un regalo de la Naturaleza. Un bien que se concede a la humanidad gratuitamente. Hoy día el material de mayor dureza que se conoce es exorbitantemente caro debido a la carestía de joyas que existe en la actualidad. No sólo es pequeña la cantidad que hasta ahora se ha extraído, sino que las actuales prospecciones vaticinan una extinción total de los yacimientos en un plazo aproximado de medio siglo.
El diamante es una de las Joyas de mayor belleza que existen, no sólo una vez tallado, sino también en bruto. Para los auténticos expertos, un carbón cuyo fuego, que calienta pero no quema, sale despedido hacia el observador en forma de proyector de luz. Pero además el diamante es una leyenda, en la que se aúnan el amor de las «Mil y una noches», las desventuras de «las Minas del Rey Salomón» y los maleficios, venturas y pasiones humanas más difíciles de cuantificar.
La cueva del mango fue «la caldera de magma hirviendo que yacía en las profundidades de la tierra». La explicación científica del proceso añade que «a continuación la masa volcánica en la que se produjo esta cristalización empujó hacia arriba, rompiendo la superficie terrestre, todo el conglomerado, para acabar enfriándose y formando chimeneas de kimberlita». Y es precisamente en la roca ígnea denominada kimberlitadonde se encuentran la mayoría de los diamantes. Son chimeneas y fisuras volcánicas, casi siempre de forma circular, cuyas dimensiones van de unos pocos metros de diámetro a extensiones de varios centenares de ellos.
La Kimberlita contiene unos minerales accesorios característicos, tales como la mica, granate y circón, pero no toda la Kimberlita contiene diamantes.
Durante muchos siglos la composición química de los diamantes fue un misterio para los científicos y su nombre es una derivación del griego «adama», que significa «inconquistable». Los griegos, cuyas vidas giraban al compás de los caprichos de sus dioses, creían que estas brillantes gemas de fuego eran fragmentos de estrellas que habían caído a la Tierra por causa de alguna querella divina y algunos llegaban a denominaras «lágrimas de los dioses».
En los mercados de Oriente, cuyas puertas vigilaban griegos y fenicios, llegaban historias asombrosas de tierras más allá de donde sale el sol, donde existía un valle inaccesible, en pleno corazón de Asia Central, cuyo suelo era un grueso tapiz de diamantes «patrullado por pájaros de presa en el aire y vigilado por serpientes de mirada asesina en la tierra».
Pero cuando ya en este siglo se desveló el enigma, los investigadores se encontraron con la paradoja de que esta piedra preciosa, el más importante símbolo de riqueza en el mundo, estaba estrechamente emparentado con otro mineral de gran producción, aspecto poco noble y necesariamente útil: el carbón. El diamante proviene de la cristalización del carbono en grandes depósitos de magma, fundido, situados a cientos de metros de profundidad y debido a la sección de los gases o a la actividad volcánica, algunos yacimientos afloraron a la superficie. Se calcula que el proceso comenzó hace billones de años y que dos fuerzas elementales, como son el calor y la presión, transformaron los carbones en diamantes.
En definitiva, el origen exacto de los diamantes todavía no ha sido suficientemente precisado por los geólogos, a pesar de ser la gema de composición más modesta. El diamante es carbón común, como el grafito de los lapiceros, pero con un punto de fusión dos veces y media más alto que el punto de fusión del acero.
El diamante funde a los 3816 grados centígrados y es el mineral más duro que se conoce. Sin embargo su dureza no le preservó de perecer en su mayoría en ese cruento proceso de magma y fuego que lo elevó desde el centro de la tierra hasta la superficie. Los diamantes que quedan, son por lo tanto, auténticos elegidos.
Aunque la producción de diamantes ha aumentado en los últimos años, la cantidad global extraída de la tierra es pequeña.
Según algunos expertos, en los últimos 2000 años se han extraído en torno a las 230 Tm. Sin embargo según otros la totalidad de lo extraído ronda las 350 Tm. como límite.
La producción se sitúa en torno a las 230 Tm., habiendo sido necesario para ello remover más de 5000 millones de toneladas de roca, arena y grava.
De los diamantes que se extraen en la actualidad sólo el cincuenta por ciento se considera gema (piedra preciosa) y de ellos muchos no alcanzan la suficiente magnitud o pureza para ser tallados. El resultado final es por lo general un diamante del tamaño de la cabeza de una cerilla.
Incluso con la tecnología actual es preciso extraer y trabajar aproximadamente unas 250 Tm. de mineral de la chimenea de kimberlita para obtener un diamante más pulido que pese un quinto de gramo, lo que supone una proporción de uno por un billón.
Las técnicas mineras de extracción varían según la oferta de la propia Naturaleza. Desde el «tamizado» a base e filtrar arenas y aguas para conseguir el hallazgo hasta la planta de trituración. Otras técnicas utilizan los pozos, que son la continuación de las minas a cielo abierto cuando el agujero se hace más profundo. Y queda una modalidad muy peculiar como es la de extracción a partir de materiales de playa, como se hace en Namibia.
En los últimos años, a la par que se multiplican las técnicas de explotación se teme y se cuenta con indicios racionales de que si los diamantes duran para siempre las minas de las que se extraen no. Es muy posible que las reservas diamantíferas estén (como el águila real, otro símbolo aristocrático) en vías de extinción, lo cual multiplicará hasta valores increíbles sus ya astronómicos precios. Los diamantes son en estos momentos una tarjeta de conquista mucho más rápida que cualquier tarjeta de crédito.»